Producción en economías dominantes
Una economía dirigida es un sistema económico en el que el gobierno, o el planificador central, determina qué bienes y servicios deben producirse, la oferta que debe producirse y el precio de los bienes y servicios. Algunos ejemplos de países que tienen economías de mando son Cuba, Corea del Norte y la ex Unión Soviética.
El gobierno controla la producción en la economía de mando
En una economía dirigida, el gobierno controla los principales aspectos de la producción económica. El gobierno decide los medios de producción y es dueño de las industrias que producen bienes y servicios para el público. El gobierno fija precios y produce bienes y servicios que cree que benefician a la gente.
Un país que tiene una economía dirigida se centra en los objetivos macroeconómicos y las consideraciones políticas para determinar qué bienes y servicios produce el país y cuánto producirá. Por lo general, tiene metas macroeconómicas que el gobierno quiere cumplir y producirá bienes y servicios para lograrlo. El gobierno asigna sus recursos en función de estos objetivos y consideraciones.
Por ejemplo, suponga que un país comunista con un sistema económico de mando tiene objetivos macroeconómicos de producir artículos militares para proteger a sus ciudadanos. El país teme entrar en guerra con otro país dentro de un año. El gobierno decide que debe producir más armas, tanques y misiles y entrenar a sus fuerzas armadas. En este caso, el gobierno producirá más artículos militares y asignará gran parte de sus recursos para hacer esto. Disminuirá la producción y el suministro de bienes y servicios que considera que el público en general no necesita. Sin embargo, la población seguirá teniendo acceso a las necesidades básicas. En este país, el gobierno considera que los bienes y servicios militares son socialmente eficientes.
¿Cómo controlan las economías de mando los excedentes de producción y las tasas de desempleo?
Históricamente, las economías dirigidas no pueden darse el lujo de producir excedentes; la escasez crónica es la norma. Desde los días de Adam Smith, economistas y figuras públicas han debatido el problema de la sobreproducción (y el subconsumo, su corolario). Estos problemas fueron resueltos en gran medida por el economista del siglo XIX Jean-Baptiste Say, quien demostró que la sobreproducción general es imposible cuando existe un mecanismo de precios.
Para ver claramente el principio de la ley de Say, imagine una economía con los siguientes bienes: cocos, monos y pescado. De repente, la oferta de pescado se triplica. Esto no significa que la economía se verá abrumada por los bienes, que los trabajadores se volverán desesperadamente pobres o que la producción dejará de ser rentable. En cambio, el poder adquisitivo de los peces (en relación con los monos y los cocos) disminuirá. El precio del pescado cae; algunos recursos laborales pueden liberarse y pasar a la producción de monos y coco. El nivel de vida general aumentará, incluso si la asignación de recursos laborales parece diferente.
Las economías dirigidas tampoco han tenido que lidiar con el desempleo, porque la participación laboral está obligada por el estado; los trabajadores no tienen la opción de no trabajar. Es posible erradicar el desempleo entregando a todos una pala e instruyéndoles (bajo amenaza de prisión) para que caven agujeros. Está claro que el desempleo (per se) no es el problema; el trabajo debe ser productivo, lo que requiere que pueda moverse libremente hacia donde sea más útil.
¿Qué hace que fracasen las economías de mando?
Las economías de mando asumieron la mayor parte de la culpa del colapso económico de la Unión Soviética y las condiciones actuales en Corea del Norte. La lección que se extrajo de la segunda mitad del siglo XX fue que el capitalismo y los mercados libres eran indiscutiblemente más productivos que el socialismo y las economías dirigidas.
Se dieron tres amplias explicaciones para tal fracaso: el socialismo no logró transformar la naturaleza de los incentivos humanos y la competencia; los procesos de gobierno político corrompieron y arruinaron las decisiones de mando; y se demostró que el cálculo económico era imposible en un estado socialista.
Explicación uno: incentivos humanos
El pensador revolucionario soviético Vladimir Lenin intentó por primera vez implementar una estructura económica que carecía de competencia y ganancias en 1917. En 1921, Lenin se vio obligado a adoptar el Nuevo Plan Económico para incorporar alguna forma de motivación para la producción positiva. Los economistas políticos de las economías occidentales a menudo argumentaban que tales motivaciones todavía estaban dirigidas incorrectamente. Más que satisfacer a los clientes, la preocupación del productor socialista era satisfacer a su funcionario político de mayor rango. Esto desalentó el riesgo y la innovación.
Explicación dos: Interés político propio
En respuesta a las preocupaciones sobre los altos salarios y ganancias de los ejecutivos, el economista Milton Friedman contrarrestó el pensamiento regulatorio preguntando: «¿Es realmente cierto que el interés político es más noble de alguna manera que el interés económico?» Este argumento afirma que el poder concentrado en el ámbito político tiende a fluir hacia las manos equivocadas. Los leninistas y trotskistas se quejan de que las economías de mando estalinistas fracasan debido a la corrupción política, no a las fallas inherentes al sistema económico.
Explicación tres: problema de cálculo socialista
En 1920, el economista austríaco Ludwig von Mises, en un artículo titulado «Cálculo económico en la Commonwealth socialista», argumentó que sin mercados libres, no podría formarse ningún mecanismo de precios correcto; sin un mecanismo de precios, era imposible realizar cálculos económicos precisos.
El afamado economista socialista Oskar Lange admitió más tarde que fue el «poderoso desafío» de Mises lo que obligó a los socialistas a intentar construir un sistema de contabilidad económica. Sin embargo, después de décadas de intentar replicar el mecanismo de precios en los mercados libres, la Unión Soviética aún colapsó. Mises respondió, argumentando que tales intentos estaban condenados al fracaso porque ningún gobierno monopolista podría razonablemente estar «en competencia perfecta consigo mismo», que es como surgen los precios.